El tonto del pueblo, una historia con moraleja

En todo pueblo o ciudad pequeña, siempre hay una persona que es señalada por los demás como el tonto del pueblo. Esta figura se ha convertido en ejemplar y retórica. Sobre todo en el país en el que vivo, es difícil encontrarse con alguien que no haya llamado a otro idiota del pueblo.

Por eso voy a contar a mi manera una leyenda popular de la que no se conoce el verdadero origen pero que me ha hecho reflexionar. Mi esperanza es que sea un punto de partida para hacerte reflexionar a ti también.

Nuestra historia se desarrolla en un pequeño y remoto pueblo, de esos que sólo tienen un bar que es también estanco y tienda de comestibles, una farmacia, una escuela primaria y poco más. En los bordes de las carreteras que serpentean alrededor de la montaña se pueden ver ocasionalmente algunas casas, algunas de ellas incompletas y con ladrillos a la vista.

El clímax de la vida y la sociabilidad se concentra precisamente en el interior del bar que da a una pequeña plaza y es el lugar de encuentro de todo el pueblo. En las mesas hay periódicos locales y nacionales, revistas deportivas y una baraja de cartas. Entre los transeúntes que juegan mientras beben un vaso de vino, también hay algunos jóvenes que se reúnen allí para molestar a un hombre: el tonto del pueblo.


Como todos los demás, entre un trabajo y otro, de vez en cuando saborea este lugar único de socialización. A diferencia de los demás, se mantiene al margen, la mayor parte del tiempo, sin pedir nada. Es un hombre que ha trabajado toda su vida, viejo, delgado y sin dientes. No ha tenido la oportunidad de estudiar y sólo conoce el dialecto local.

Lleva ropa de trabajo con una chaqueta muy vieja y estropeada dos tallas más grande que la suya para protegerse del frío. No parece tener una gran afinidad con el jabón y sus graciosas expresiones dan momentos de alegría y diversión a todas las personas que sacuden la cabeza en cuanto lo ven. Cuando, por supuesto, no necesitan su obra.

Aburridos de la rutina diaria, los jóvenes que siempre se reúnen en la misma mesa, desde hace algún tiempo se entretienen con un juego particular. Llaman al tonto del pueblo y ponen sobre la mesa dos monedas de dos dólares por un lado y un billete de cinco dólares por el otro, pidiéndole que elija entre las dos cantidades.

El pobre anciano, rascándose la cabeza con sus manos endurecidas y deformadas por el tiempo y el trabajo, y mostrando una sonrisa desdentada siempre opta por coger las dos monedas. En ese momento, como es de imaginar, los jóvenes comienzan a reírse a carcajadas de él, que se despide de ellos con la expresión de quien ha adivinado.

Ni siquiera los ancianos parecen inmunes a la hilarante escena, sino que se limitan a sujetar las cartas en sus manos con una sonrisa esbozada. Este cruel juego de burlas, con el tiempo se convierte casi en una tradición que se transmite a las nuevas generaciones. El pobre anciano cada día es invitado a elegir y puntualmente decide tomar siempre las dos monedas.

Un día entra en el bar un extranjero, una persona que no ha nacido ni se ha criado en ese pueblo, sino que está de paso. Apoyando los codos en la barra, sucia de granos de azúcar, pide un capuchino. Su mirada se dirige también a la figura del tonto del pueblo por el estruendo de las risas que salen de la mesa de los jóvenes.

Después de poner el capuchino en la mesa, el camarero le explica el juego y el desconocido inmediatamente, casi enfadado se lleva al tonto del pueblo a un lado diciendo. “Buen hombre, sobre la mesa debería coger el billete porque vale más”. En ese momento el protagonista de nuestra historia comienza a mirar a su alrededor y el desconocido puede ver por debajo de su nariz aguileña una sonrisa que acompaña a una mirada completamente diferente. “Amigo mío, el día que decidiera tomar la nota el juego terminaría y ya no ganaría cuatro denarios cada día”.

No está claro si se trata de una leyenda o de algo que ocurrió realmente. En cualquier caso, nuestra cultura ha recurrido durante siglos a las historias de ficción para educar a las nuevas generaciones. Un claro ejemplo de ello es la mitología.

Las historias cortas con un impacto emocional pueden ser recordadas mucho más fácilmente como es el caso de los chistes. Con la llegada de la modernidad, este tipo de práctica se ha abandonado en favor de una forma de comunicación más directa y precisa. Y esto nos ha empobrecido mucho en mi opinión.

¿Cuál podría ser la moraleja de esta historia? Lo dejaré para que lo escriban mis amigos. Reflexionen sobre por qué todos necesitamos un tonto del pueblo y reflexionen también sobre ustedes mismos.


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4 comentarios en «El tonto del pueblo, una historia con moraleja»

  1. AL FINAL LOS TONTOS TERMINAN SIENDO OTROS, NUNCA SUBESTIBEMOS A LAS PERSONAS QUIZAS NOS ESTAN DEJANDO UNA GRAN LECCION Y NO NOS DAMOS CUENTAN, POR ESTAR JUGANDO QUIEN ES EL MAS LISTO EN ESTE PEQUEÑO PUEBLO QUE LE LLAMAMOS MUNDO.

    SALUDOS.

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