La esperanza es definida por muchos como uno de los motores más poderosos capaces de mover al ser humano en una determinada dirección. De alguna manera es la clave de nuestros sueños y a veces ha resultado decisiva en el progreso de la humanidad.
Hoy, después de mucho tiempo, voy a ofrecerles mi reflexión sobre esta confiada expectativa que caracteriza a la mayor parte de la humanidad de una manera extraordinariamente peculiar. Desde el punto de vista clásico y humanista, la esperanza es una entidad que implica en cierta medida tanto la razón como el sentimiento. Más recientemente, al imponerse la idea más moderna de que todos los sentimientos están relacionados con una reacción química inducida de algún modo, se han formalizado teorías más prácticas.
Por supuesto, dado que se trata de mi reflexión personal, no entraremos en demasiados detalles sobre los distintos aspectos de las definiciones de la esperanza porque puedes consultarlos en otros sitios que los tratan mejor. La ventaja de poder ofrecerte mi reflexión es precisamente la de evitar copiar y pegar de forma diferente lo formulado y elaborado por otros.
Me doy cuenta de que muchos de ustedes pueden percibir en lo que estoy escribiendo una cierta familiaridad. De hecho, no es raro que entidades hechas del mismo material, con un código genético similar y una asidua permanencia en el mismo tejido social, compartan experiencias muy similares.
Si no fuera así, cualquier tipo de ciencia y tecnología aplicada al ser humano no tendría ningún sentido. Esto es algo muy valioso en mi opinión y explicaré por qué más adelante en el artículo.
Por mucho que estemos convencidos de saber lo que la vida nos ofrece, por mucho que nuestras experiencias nos hagan creer que somos capaces de predecir las decisiones de los demás, siempre hay algo que, disfrazado de excepción aleatoria, provoca el caos y la duda en nuestras mentes consumidas por la desconfianza o la confianza ciega.
En otras palabras, yo llamaría a esta tendencia “esperanza”. ¿Quién jugaría a la lotería si nadie ganara nunca? Para muchos de nosotros puede ser inevitable sucumbir a los mismos errores una y otra vez, y el hecho de que tendamos a alejarnos de quienes nos los señalan puede ser a menudo un claro síntoma de lo extendida que está en nosotros la conciencia de que no podemos hacerlo.
Podemos mentir a los demás, pero nuestro inconsciente sabe quiénes somos y cuánto valemos.
Lo peor, sin embargo, podría estar representado por el hecho de que cuando nos damos cuenta, podemos tener la tendencia a volver a caer en nuestros errores con una determinación autodestructiva. Como una persona que, sufriendo un trastorno alimentario, si es descubierta se abandona a la comida, frustrando todos los esfuerzos realizados anteriormente.
Bastaría con tomar nota del error y asegurarse de que no se repita con frecuencia.
Sin embargo, la esperanza me parece que es lo que mueve el mundo. La esperanza de ser correspondido en el amor, de hacerse rico, de tener éxito, de encontrar la cura de una determinada enfermedad y de muchas otras cosas.
¿Qué sería de la humanidad hoy en día sin esos fundamentos caóticos que nos llevan a pensar que, a pesar de nuestras expectativas lógicas y sensatas, puede ocurrir algo inusual que cambie el escenario más predecible? ¿Quién de nosotros no ha sonreído alguna vez mientras soñaba con algo?
Por desgracia, el exceso de esperanza puede llevar a muchos de nosotros a vivir situaciones desagradables. Todo ser humano que vive la época de las ilusiones (donde todo parece posible), tarde o temprano se topa con la dura realidad. A este respecto, se me ocurren tres posibles reacciones.
La primera (que es la más común de todas), es madurar de forma saludable. Se me ocurre traer la sabiduría equilibrada de nuestros abuelos como ejemplo. Nos animan, pero también nos exhortan a mantener los pies firmemente plantados en el suelo.
Las otras dos reacciones son fruto de la exageración. Están los que siguen esperando algo inalcanzable y los que ya no creen en nada. Creo que ambos comportamientos (si son exagerados), podrían ser un síntoma de una condición patológica o el desencadenante de un estado latente. Esta afección puede tener graves consecuencias, como ocurre con todas las obsesiones. Un ejemplo claro sería una adicción patológica al juego.
Vivir sólo de la esperanza podría significar vagar imprudentemente por el laberinto dorado de sueños rotos y amargura que es la vida. Vivir sin esperanza podría significar permanecer inmóvil para siempre en un rincón de este laberinto en una condición de total incapacidad para continuar.
Pero si es cierto que la vida es un laberinto lleno de amarguras y de sueños rotos, debe ser igualmente cierto que sabemos que esconde en su interior algún raro premio y alguna ayuda para continuar nuestro camino. ¿No sería más lógico empezar por tomar nota de las experiencias pasadas para evitar dar vueltas interminables? De ahí el fuerte vínculo que creo que existe entre la experiencia (la historia), el presente y el futuro.
Como siempre digo y como creo que está claramente especificado, esto es sólo una reflexión amistosa. Sin embargo, estoy convencido de que, aunque sólo haya escrito cosas erróneas o inexactas, debe haber algo de cierto. O al menos “eso espero”.
Siéntete siempre “libre” de saber cuál es tu concepto de esperanza, cómo la vives y cómo has percibido el artículo en los comentarios. ¡Un abrazo virtual a todos si me lo permiten!