Mi breve reflexión sobre la vida

Nunca se deja de aprender en la vida, aunque con el tiempo la gente tenga la tendencia a caer siempre en los mismos errores. La experiencia necesaria para comprender este don es ciertamente tan inmensa que, sin duda, estoy pecando de arrogancia sólo con pensar en escribir este artículo.

En el poco tiempo que he pasado en esta tierra, me ha quedado claro rápidamente que la humanidad puede dividirse en tres tipos de individuos: gente corriente, monstruos y ángeles. Metafóricamente hablando, a veces algunos monstruos resultan ser ángeles y otras veces los ángeles resultan ser monstruos.

¿Quién de ustedes no ha sido nunca tratado injustamente por alguien? ¿Quién de vosotros no ha intentado alguna vez en la vida hacer comprender al prójimo que nos trataba mal? ¿Quién de vosotros no ha dudado nunca de sí mismo o de los demás?

Al final, sólo el creador es capaz de dividir la paja del trigo juzgando lo que somos pero se me ha quedado en la cabeza una frase que me dijeron hace tiempo. Cuando la gente nos trata mal, es normal que pensemos que hay algo malo en nosotros, cuando en realidad la forma en que nos tratan es más un reflejo de su carácter que del nuestro.


A esta frase añadiría también que la esperanza y la autocomplacencia a veces no nos hacen ver los errores que hemos cometido y la mayoría de las veces nos abalanzamos sobre aquellos que simplemente intentan hacernos ver que estamos equivocados porque nos quieren y no con la intención de cambiarnos, humillarnos o manipularnos.

También es cierto que la confianza a veces puede ser errónea porque no todos los que te ayudan lo hacen para tu bien y no todos los que no te ayudan lo hacen para tu mal. Esta propiedad del ser humano astuto e inteligente crea una confusión sobre la necesidad social de confianza que a menudo se subestima.

De ahí el dicho: Si me jodes una vez es tu culpa, si me jodes la segunda vez fui un ingenuo pero si me jodes la tercera vez la culpa es mía.

Y así, con el paso del tiempo, hemos perdido la capacidad de dar siquiera una oportunidad a algunas personas que la merecen y seguimos dándosela a quienes han demostrado con hechos que no la merecen. ¿Por qué ocurre esto? Es un proceso perfectamente normal porque es más fácil dar la confianza a quienes se conoce y se quiere. Es mucho más fácil dar segundas oportunidades a las personas con las que te sientes conectado.

Así nos encontramos en la desagradable situación de haber negado una oportunidad importante a alguien que la hubiera merecido y de haber dado demasiadas a otros a los que hemos favorecido por nuestra ventaja emocional o egoísta.

Cualquiera es libre de elegir su propio camino y nadie debe juzgar el camino que pretendemos tomar. El corazón de una persona que se preocupa por nosotros, en contra de toda lógica y sentido común, siempre se negará a abandonar a su ser querido sin importar el camino que tenga que recorrer a su lado.

Aquí es donde entra en juego la sinceridad, porque si tienes que enfrentarte a un camino peligroso, será bueno que lo sepas para que puedas tener el par de zapatos y el equipo adecuados. Independientemente de si uno es una persona corriente, un ángel o un monstruo, si se recorre un camino juntos, es más probable que se llegue al final del viaje de la mejor manera posible.

Nos han dado tantas cosas útiles e inútiles en la vida. Una sonrisa, un móvil, una pegatina, un dibujo y un libro que nunca leeremos. El regalo que sin duda casi todos los seres humanos aprecian menos es el más importante: la vida. Hay otras cosas importantes como la libertad, pero eso no es un regalo, es una conquista y a veces una herencia.

Como toda herencia, muchas veces no la apreciamos realmente porque no hemos compartido la historia y no hemos experimentado el esfuerzo necesario para llegar a esa meta. Lo mismo ocurre con el amor, que está a medio camino entre un regalo y un logro. Los que siempre han recibido amor y consideración por alguna razón, no podrán apreciarlo como lo harían los que no lo han recibido.

Todas las cosas del mundo responden a la ley de la abundancia y la carestía; la vida funciona así.

Cualquiera que reconozca el valor de un sentimiento, especialmente aquellos que en su vida han tenido carencias de éste o de cualquier tipo de relación, sabe que cuando éste es enajenado o traicionado, sentimos un tormento irreprimible que cambia para siempre lo que pensamos de los demás y especialmente de nosotros mismos.

No hay nada más precioso en la vida que el amor. Un hogar confortable, una vida despreocupada y aburrida, amistades importantes y un trabajo satisfactorio no son nada comparados con el amor verdadero. Uno entiende la importancia de esto cuando ha vivido más años de los que le quedan. El inevitable proceso de envejecimiento y la consiguiente muerte, tarde o temprano, hacen que todos comprendan, incluso los que han tenido una sobreabundancia indigna, lo precioso que es el amor incondicional y eterno.


Somos miles de millones de individuos y la medida de lo que somos y de lo que nuestra vida ha valido o es importante, no es una nota en el margen de un libro sino las acciones que hemos hecho en la vida por los demás. No podemos vivir pensando sólo en nosotros mismos y no podemos vivir con la autoconfianza de que hemos tomado nuestras decisiones egoístas e hipócritas por el bien de los demás. Esto es autoindulgencia, y también es una propiedad que se oxida con el tiempo y cuando es demasiado tarde.

¿Si hubiéramos sido más sabios en el pasado? ¿Si hubiéramos tomado las decisiones correctas? El escritor no es inmune a los errores, y con este artículo pido disculpas a todas las personas que se han sentido injustamente tratadas por mí. Pedir disculpas no es algo que solucione los males, pero al menos es la prueba de que nos damos cuenta de que nos equivocamos. El día que me llegue la hora a mí también, podré mecerme en mi silla con una sonrisa esperando la puesta de sol sabiendo que no me di cuenta cuando ya era demasiado tarde.

He aprendido que un buen baño caliente por la noche puede hacer que te olvides de todo y de todos. Así como unas buenas vacaciones, una cena con amigos y cualquier otra cosa que nos haga entretenernos. Sin duda, es mejor que cualquier acción de rencor artero y malicioso. Una solución más inteligente y eficaz que cualquier otra y, además, ¡da una mejor impresión!

Me recostaré en la cama y como cada noche esperaré soñar con bandadas de bellos ángeles que con su luz me ilusionarán con la esperanza. No me queda más que el deseo inconsciente de dormir con la ingenuidad infantil de un niño que se asombra por primera vez de la belleza del vuelo de una mariposa.

Me despertaré y a veces me alegraré de que sólo haya sido un sueño. Me despierto y a veces me decepciona que en realidad no sea capaz de volar. Me despertaré y agradeceré haberme despertado. Hasta que llegue el momento en que ya no me despierte y tal vez, pueda volar para siempre.


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